La mujer que se esconde por detrás de las paredes

Miro al frente y veo una gran pared blanca. Miro a mi derecha y en la otra pared me imagino la foto de nuestro casamiento en la iglesia. Divago en el recuerdo y te observo: todo un caballero, con tu traje azul, tu corbata brillante sobre tu camisa blanca, tus zapatos de cuero.

Ahora vivo presa en el recuerdo del amor que profesas. Quién diría que estas paredes ahogarían mis lamentos por no haber sabido ver que vivías enmascarado. Hoy sé que las palabras jamás contadas o las acciones no demostradas son las que llenan este lago de recuerdos.

Hoy sé que nuestra historia se construyó a fuerza. Llegué a creer que te había conquistado. Que estabas enamorado de mí. Pero el amor iba en una sola dirección. No vi, lo reconozco, que nuestros caminos eran muy diferentes. Odio a mi abuela, a quien todavía hoy escucho: «Si es bueno, no durará».

Y era bueno. Bueno como para brindar por todo lo que nos unió: el altar, el santo sacerdocio, la eternidad en esos espejos innumerables, la ropa blanca que cubría nuestra desnudez. Estas paredes me hablan y me hacen recordar cuando te preparaba la cena y me decía a mí misma: «Ya no tarda en llegar». Siempre había soñado con vivir un amor bonito y en silencio. Y estaba viviendo mi sueño. Mi amor propio se alimentaba de basura mientras mi juicio se nublaba, porque yo siempre te esperé, pero no llegaste nunca.

Aun así, tú mismo hiciste que durara. No querías destruir la escenografía de tu obra teatral. Por eso necesitabas con urgencia una víctima para ese primer acto. Pero, oye bien, estas paredes guardan tus crueles palabras que me atravesaban como flechas y se incrustaban en ellas, mientras tus puños se ensangrentaban.

Te esperé y te esperé. Y como nunca llegaste y me hacías daño, huí.

Tuve que emigrar. No sabía lo perdida que me sentiría. Todo para mí es nuevo, y las personas son ajenas a lo que me sucede. La abuela y su sentencia profética. Me volví sorda a sus palabras y consejos.Tristemente me di cuenta que «uno ve cara y no ve corazones». Duele pensar no tenerlos cerca para amanecer con un beso o un abrazo, mientras dulcemente te regalan palabras de consuelo: «Tranquila, hija mía. Tómate tu tiempo. Está bien no estar bien».

Ahora, solo me queda permanecer dentro de estas paredes blancas, presa de mi angustia y de mis lamentos, donde por compañía solo tengo esta soledad que me quema por dentro. El lado de la cama está frío y por más que te explique cuánto te necesito, tú solo me das la espalda. Jamás imaginé que el sueño que tanto deseaba sería una simple mascarada.

Hoy no quiero pararme y esperar tus palabras que son como cuchillos que cortan mi alma. Prefiero los golpes, porque sé que con el tiempo se borran… Sin embargo, las palabras se quedan a vivir en la piel, tatuadas para siempre.

 

Pierina Velásquez es venezolana y actualmente vive en Brasil. Su perfil es @seriesbypieri, donde recomienda series o películas. Publicó el cuento «Catarsis» en la antología Horror Vacui: cuentos para ayuentar el sueño.

 

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