MIGUEL ÁNGEL ARANJUEZ
1000 palabras de
Amaris
Capítulo 1
Amaris vivía encerrada en un mundo de recuerdos y emociones. Como esos recuerdos estaban mezclados entre hechos, visiones e imaginación, había decidido no contarle a nadie cómo era su mundo, pues ella misma no estaba segura de que fuera verdad o fantasía.
El destino, con su peculiar ironía, la agració con una magnífica memoria que le permitía recordar con detalle los sucesos vividos y las visiones que la acompañaban. Siempre consideró que la justicia divina era parcial, pues en su comunidad, hombres y mujeres eran tratados de manera muy distinta.
Siempre había pensado que la justicia divina era parcial, pues en su pueblo trataban con mucha diferencia a hombres y mujeres. Tenía 17 años, y sin maestros había aprendido a leer las tablillas y las placas, mirando a hurtadillas a los niños y jóvenes varones aprendiendo a escribir y a leer, explorando así gran parte del saber y la ciencia de su pueblo.
Para Amaris no era gran cosa eso de escribir y leer en papiros y placas, no era bien visto que las mujeres se ocuparan demasiado de otra cosa que no fuera tener hijos, cocinar, coser y cuidar de la casa, de sus padres y de sus hermanos menores, cuando los tenían. Conservaba varios papiros con las visiones que la habían acompañado desde su infancia.
Como mujer hebrea, a veces contemplaba la ideal del matrimonio. no le disgustaba la idea, aunque la gran mayoría de los pretendientes le parecían torpes y poco perspicaces. Su mente romántica la llevaba a imaginar largas conversaciones con su esposo sobre la vida, la religión y el amor, a pesar de que nunca haber presenciado a sus padres en tales conversaciones. Al contrario, sus padres solo se hablaban cuando debían consultarse algo. Su madre hablaba poco con sus hijos y solo se la veía conversar con Sariah, la esposa del profeta Lehi. Este, muchas veces hablaba de visiones, sin que su familia lo recriminara, aunque eran bastante similares a las que ella misma tenía.
Su madre le había enseñado que el amor se concretaba con su esposo después de la boda. Pero ella no estaba del todo convencida, ni de eso ni de muchas otras cosas. Nunca se atrevió a compartirlo con nadie, ni siquiera con Mayán, la mayor de sus hermanas, que más que hermana era madre y amiga, consejera y cómplice, la voz de la razón y la voz del perdón.
Fui designado para protegerla desde su nacimiento. En otras palabras, soy su ángel guardián. Amaris, ¡Qué nombre tan precioso! ¡Me cuesta tanto verla sufrir! Aunque ya me he acostumbrado a presenciar sus percances. Sucede que ella, inmersa en su mundo de sentimientos, le resulta complicado coordinarse con el mundo físico. Se nota cuando, además de hablar, está haciendo alguna tarea manual y se da vuelta sin mirar primero y rompe las vasijas, los vasos y la paciencia. Tal vez no es porque no mire, sino porque está enfocando su atención en algo más allá de sus ojos o más allá del mundo físico.
Cuando tenía tres meses estaba aprendiendo a mover sus manitas, sin haber todavía sincronizado sus ojos para mirar. Estaba en el pecho de su madre y me vio. Estoy seguro, porque se quedó mirando hacia el costado de la cabeza de la madre, donde yo estaba, y sonrió por primera vez. Su primera sonrisa fue para mí. ¿Se da cuenta? ¿Cómo no amar a esa criatura? En mi mundo, eso tiene valor incalculable.
Desde entonces aprendimos a convivir. Ella me ve entre nubes y sombras, y me confía cosas que jamás revelaría a nadie. ¡Como si yo no las supiera! En ocasiones me plantea cuestiones importantes para ella, y yo le respondo con visiones, ya no puedo contestarle directamente. Las visiones más cruciales no provienen de mí, sino del Señor en persona, aunque ella aún no lo sabe.
Recuerdo cuando nació, hace 17 años aquí en Jerusalén. El embarazo de Ayelet fue bendecido por el Señor, ella pudo realizar todas sus tareas, que eran muchas, y llegó tranquila al parto. Fue un día feliz, con poco sufrimiento y mucha dicha. Era la medianoche, la Luna llena se enseñoreaba, anaranjada e inmensa, encima del horizonte, y fue testigo de ese mágico primer llanto. Por eso Ismael y Ayelet decidieron bautizarla con el nombre de Amaris, que significa «Hija de la Luna», aunque también significa «Promesa Eterna» y «Compromiso que perdura en el tiempo».
Todos los significados de su nombre son aplicables a Amaris. Posee un corazón noble, puro y leal. Eres un afortunado si ella te bendice con su amistad, porque será incondicional y eterna. Desde esa primera Luna llena de su vida, se percibe que es especial. Para mí, es una hermana, un ángel que tomó cuerpo, no encaja en el mundo de los humanos. No encaja porque sufre excesivamente, incluso ante la más insignificante traición, real o imaginada, pues los celos la dominan. Ella no concibe ninguna forma de amor sin entrega total. Y cuando recibe traición o desprecio, aunque sea mínima e insignificante, le provoca gran sufrimiento porque es una herida que no cicatriza. Cada una de esas heridas abiertas que se acumulan en una gran herida, ella las oculta con una sonrisa y el silencio.
Su sufrimiento no tiene testigos humanos, a veces Mayán la descubre llorando y luego de mucho insistir se entera de algunos dolores del corazón. Su corazón sufre por los grandes pecados humanos, cuando ve al resto de los mortales empuñando la espada de la injusticia, de la soberbia, del egoísmo o de la hipocresía. Y es que Dios le dio un corazón tan inmenso para que ame como una madre a la humanidad.
Sus primeros años transcurrieron en soledad, marcados por una imponente imaginación, cuando se iba desarrollando ese gran mundo interior. Ella sabía que yo estaba allí. Me invitaba a tomar el té en una tacita imaginaria, y yo me sentaba en el pasto con ella, agradecido por poder degustar ese rico té calentito. No era fácil protegerla, a menudo se aventuraba en lugares peligrosos persiguiendo entidades voladoras que se escondían de ella, riendo. Algunas de estas entidades incluso parecían tener su propia luz.
Cierta vez habló con sus hermanas de su mundo interior y ellas se burlaron y rieron de ella. La empujaron y le preguntaban por qué no la defendía su amigo imaginario. Pero yo ya estaba protegiéndola le hice señas para que no hablara más. Ella entendió, se dio cuenta que no podía compartir ese mundo, ya que los demás no la entenderían.
Desde ese día ella siempre sonreía, hacia todo lo que le pedían con una sonrisa. Aprendía rápidamente todo lo que los demás le enseñaban. Como no hablaba de su mundo interior, todos pensaban que era una niña muy inteligente. Sin embargo, no solo era inteligente, era mucho más que eso.
Nos complace presentarte nuestra novela histórica titulada Amaris, basada en la parte inicial del Libro del Mormón.
Se trata de una obra que narra la vida de una joven de diecisiete años, cuya familia es invitada a huir de Jerusalén, abandonando sus pertenencias, hacia el desierto, siguiendo las instrucciones dadas en visiones y sueños al profeta Lehi, amigo de Ismael, su padre. Es una joven soñadora y sensible, que oculta su gran vida interior detrás de su sonrisa.
Su vida está preordenada a tejerse con la del joven Nefi, hijo menor del profeta Lehi. Amaris es una obra que nos invita a explorar la fuerza del amor, del poder que puede tener una mujer, y su evolución en el contexto del Libro del Mormón.
La trama se despliega a través de una amalgama de flashbacks y flashforwards, revelando los hilos que unen a Amaris con Nefi desde el inicio. Su conexión es palpable, una energía que trasciende las palabras y guía sus pasos en esta odisea hacia una tierra prometida.
El camino de Amaris hacia la maternidad es una prueba de paciencia y esperanza. Su anhelo (como el de toda mujer hebrea) de ser madre la acompaña en cada etapa del viaje, marcando la trama con una profunda exploración de la vida y la muerte, la pérdida y la resiliencia.
Más que una compañera, Amaris se convierte en la consejera confiable de Nefi en sus momentos de liderazgo. Pero es en el oscuro abrazo del mar, cuando la vida de Nefi y su familia pende de un hilo, que Amaris se revela como la verdadera salvadora, una mujer a quien Jehová habla en sueños y visiones. Su valentía intrépida y su vínculo con la divinidad prevalecen en ese momento abrumador, demostrando que en la adversidad podemos poner a prueba nuestras verdaderas identidades.
Después de atravesar el mar y establecerse en el nuevo mundo, deben separarse de los hermanos Lamán, Lemuel y sus familias, llevando consigo un grupo de almas valientes. Con ellos, cargan tesoros sagrados que les serán guía y consuelo: las placas de metal que contienen su genealogía y los escritos de los profetas, y la misteriosa Liahona.
El viaje culmina en un valle aún no explorado, un lugar que Amaris había vislumbrado en visiones. Este rincón de la tierra será rebautizado como la «Tierra de Nefi», un santuario donde la promesa divina se cumple y donde el amor, la fe y las familias se unen en una celebración de la vida y de la adoración a Dios, seguros de que los guía y tiene un plan de felicidad para ellos.
Esperamos que Amaris sea una adición al legado literario de historias basadas en el Libro de Mormón, y esperamos tocar los corazones de aquellos que buscan una experiencia literaria rica y conmovedora. 🕮